Es curioso, el turismo es un fenómeno que se ha desarrollado al abrigo de la sociedad del bienestar, pero, en sí mismo, el turismo supone el abandono de todas las comodidades cotidianas para afrontar incertidumbres, colas, jornadas maratonianas de museos y monumentos, en busca de un souvenir (recuerdo). El souvenir no tiene porque ser obligatoriamente un fetiche, tambien puede ser la historieta que se repetirá en todas las reuniones familiares de cuando Chencho se perdió en mitad de Piazza Navonna, o de cómo papa discutió con aquel señor que le obligaba a pagar para usar los meaderos, o como mama se comió un plato de caracoles antes de reconocer que no tenía ni puta idea de francés, …. Volviendo a las tardes de verano.
Recuerdo aquellas tardes como llenas de hastío, con el calor impidiendo jugar realmente a algo divertido y, aunque no lo dijéramos, deseando empezar el cole. Creo que de crío, las vacaciones se padecen y durante el curso es cuando se disfrutas del libre albedrío.
Pero en especial recuerdo aquellas tardes porque, cuando el sol amainaba, aun sin ganas, ocupábamos las pistas del colegio, con la única y sana intención de pegar pelotazos. Digo lo de pegar pelotazos, porque era eso lo que hacíamos, ni prestábamos atención a las porterías.
Y eso es lo que más echo de menos, ese instante en el que todo desaparece y un prepuber alcanza unas milésimas de Nirvana al desaparecer todo el universo merced a un pelotazo como dios manda. Eso y la convicción del deshago que esa válvula de escape proporcionaba.
1 comentario:
Yo volvía de dos meses en el pueblo disfrutando como una enana-lo que era- intercalados con 20 insufribles y aburridos días en la playa con mis padres. Volver a mi barrio era lo peor que me podía pasar.
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