Estos días de deambulatorio turístico festivo han servido para conocer más profundamente el pulso de la “ Citté de la Lumière”. Y como sabrán todos aquellos fotofilos, además de los brillos. la luz genera sus claroscuros, sus contraluces, sus penumbras y sus sombras.
Ya que he estado casi todo el día en la calle, me he dado cuenta de que el parisino es un animal callejero de intervalos precisos, concretamente, a partir de que el Sol se pone, la ciudad queda a merced de los inmigrantes, ya sean turistas o buscadores de un futuro mejor.
Y más que de futuros, hablando de presentes, es increíble las sombras que alberga esta ciudad. Digo sombras porque el resto de la gente hace como que no les ve. Me refiero a los mendigos y a los sin techo.
Mendigando hay bastante gente, de cualquier edad, y en cualquier sitio. Gente que a simple vista no parecen estar en una situación de escasez, de ropas humildes pero limpias, aseados, correctos. Que se acercan, y educadamente, en lugar de preguntarte la hora, locus comunis que te viene ala cabeza, te susurran la petición de una moneda.
A mi modo de ver, son la encarnación de las lagunas del sistema. Gente totalmente inmersa en los roles sociales a los que estos no les alcanza para el “Estado del Bienestar”.
Por otra parte, los Clochards, en jerga Charlots. Escenografía móvil bastante abundante de este Paris. Excluidos sociales que carecen de techo y recursos, y ganas, para asearse y subirse a los cánones de la vida civilizada. Duermen sobre las salidas del metro para evitar el frío, y deambulan por el metro la mayor parte del tiempo mientras beben y/o matan el tiempo de otro modo.
Tengo que confesar que cada vez que los veo, a unos y a otros, me dan pavor. Pavor de pensar que un día me enganche yo también en los engranajes de esta maquina social y pierda, más que la propiedad privada y la capacidad de consumo que asegura mi bienestar, manutención y supervivencia, la autoestima que lleva anexa.
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