
Estamos acostumbrados a soportar 1001 (la cercanía numérica a 2001 no es casual, radica en que en ambos casos estamos ante una Odisea) desgracias, tropiezos, y lo que es peor, empujones y trabas.
En este punto, por vergüenza , no puedo dejar de reconocer que yo (y mis cercanos) soy un privilegiado y que no puedo ni por asomo compararme con otras personas que se enfrentan a problemas de muchisimo mayor calado.
Bien es cierto, que si ninguna de estos accidentes y/o agresiones son insuperables, como dice la sabiduría popular “ nada es insalvable, salvo la muerte”, lo es más que su presencia es segura y persistente. Y creo que es en esa naturaleza perenne lo que sostiene a “Cuando Dios aprieta...ahoga pero bien” (Título de un libro de Goma Espuma)
La persona, en tanto que ser humano, se define por su individualidad, entonces ¿Cómo soporta el individuo esa sucesión de trabas?
No es ninguna razón mística, y pobre del que así lo crea, la que nos sostiene y empuja cada mañana para levantarnos y salir a las trincheras. Si aguantamos, creo, es porque nuestro cuerpo/mente es tan sorprendentemente lista como para hacerse la tonta. Si mantuviésemos siempre en primer plano la cuenta de esfuerzos acometidos en el punto en el que estamos y al que pretendemos llegar(si tenemos la suerte de saber hacia que fin encaminamos nuestros esforzados pasos), milagroso seria realizar alguna de nuestras tareas.
Es gracias a ese instintivo impulso de especie, marcado a fuego en nuestra psique, que nos hace tontos, gracias al cual somos capaces de lamernos las heridas.
Ya que nada otorga la satisfacción, entendiendo ésta como sucedáneo de la mítica felicidad, ni hay una cooperativa a la que apuntarse para , tras hercúlea fidelidad, disfrutar de los réditos; Parece que todo apunta a que es esa sucesión de golpes y renacimientos la gracia del juego.
Ante lo cual, no nos queda otra que, estar profundamente agradecidos a la facultad de lamernos las heridas.
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