Arriesgándome a que me llamen rancio, especialmente alguna que yo me sé, me apetece hablar de una de las 1001 cosa que me sacan de quicio, el ruido innecesario que atenta contra el silencio.
Si se es animal de asfalto, y se tiene el corazón de neón, es impepinable convivir con los daños colaterales del tráfico y demás banda sonora de la urbe. Por ese lado lo asumo e incluso disfruto. Me refiero, reduciendo mucho el universo casual, a 3 situaciones concretas:
o un cómodo escorzo, nos disponemos a abstraernos de la realidad leyendo un poco. En este caso dado el derecho del todo animal human a buscarse las alubias nos obliga a aguantar los “minutos musicales”. Pero lo que no tiene perdón de Dios, es que la EMT, que bien ganado tiene el jornal, se busque un sobresueldo con la publicidad de sus pantallas a todo volumen.
se le ocurrió tamaño ingenio. En este caso un sujeto, que suele ser un/a hortera de playa, pone nuestra paciencia a prueba al compartir, de motu propio y gratuitamente, su música con el resto del personal. Porque la gasolina está cara que si no lo rociaba y prendía fuego.
En tu casa: en un momento u otro de la vida de todo el mundo se cruza el vecino sordo que pone la tele para toda la comunidad o el estudiante de música que tenazmente repite las escalas en su instrumento. Eludir estas situaciones es el único privilegio que realmente le encuentro a vivir en un chalet en la Moraleja.
¿Y qué me dices de los niñatos con los ciclomotores trucados que deciden pasearse por tu calle a la hora de la siesta?
ResponderEliminarEnjoy the silence...
A los que más odio, sin duda, son a los que a las 3a.m., en el buho un día tal que un 10 de diciembre cuando ya has conseguido entrar en calor y quieres llegar a duermevela para sobrevivir hasta la última parada- mi casa-, y deciden poner megatrón, reggetón y su-puta-madre-trón para que yo también lo escuche.
ResponderEliminarAcabaría con todos y cada uno de ellos sin piedad.